Pesar y pensar
Luis Alonso Fernández.
El nuevo libro que nos ofrece Samuel Pérez García, El escándalo de la vida (ensayos sobre la poesía) es, precisamente, un discurrir por esas zonas ixiónidas; en el, como una premisa de trabajo, Pérez García asienta en sus palabras de presentación que la poesía es alimento y sustancia que nos permite ver la vida con otra fisonomía menos tosca y pueril. Por ello se aboca, en un afán de comprender significados, a recorrer los caminos, con la reflexión, de la creación poética, sopesando no sólo las palabras –abalorios en los poemas- sino el acto creativo y las razones del mismo, distendiendo los temas como mantos extraños bordados para mirar sus tramas.
Construido en tres capítulos, en el primero, lo que la poesía pudiera ser, nos lleva a mirar, a cuestionarnos e intentar nuestras propias respuestas. En eso que se llama poesía ¿Qué es?, Dialéctica de la poesía. A propósito de la poesía y de su público, De poetas, antipoetas y no poetas, Nietzche y la poesía, de Cerca y de lejos: poesía y filosofía, de Bandera en el corazón, del poeta y su drama.
La segunda parte, otros caminos de la poesía, integrada por, según nos dice el autor, puntos de vista liricos con miras a publicarse en algún diario local, donde trata de las putas y la poesía, poesía y mujer, el gusto por la poesía, Mirtha Aguirre: el camino de la poesía, de poesía y de premios, a propósito de los talleres literarios, manifiesto de los poetas jóvenes de Acayucan, sucede que un día despierto. Manifiesto.
En la tercera zona del libro: de libros y poetas, a la vera del camino hallamos los trabajos ¿es poesía la de Orlando Guillén? A veces la palabra amor lastima, la poesía de Themis Ortega o la comunión con la soledad, los versos de María Esther Mandujano.
Hay un peligro en ejercitar la poesía, dice Eduardo Turón, según Pérez García, pues esa actividad en nada es inocente, ni se ocupa solamente en cantarle a lo bello, construyendo metáfora en lenguajes crípticos sólo para poetas. Para Turón como si la poesía fuese un animal ponzoñoso, hay en ella una dosis urticante de rebeldía:
Bajo el guante de goma de sus frases oscuras
Se oculta la dignidad del paria
En la palabra inútil
Merodea la verdad más insumisa.
Encontramos lo que los poetas creen (construyen) del significado de la poesía, la posible relación entre esta y la filosofía, ya sea porque la poesía lo impregna todo o porque debería impregnarlo todo; o porque la filosofía todo lo husmea y revuelve en busca de larvas de pensamiento; la división de poetas, antipoetas y no poetas (si es que los hay); la percepción que Nietzsche (y) tuvo de la poesía.
Producto de los cuestionamientos que –buen lector- se hacía al momento de leer a otros, este libro es un testimonio y una declaración de principios: ¡Existo! Nos dice Samuel Pérez García, viví, leí, hice poesía, y escribí.
En este releer y contraleer de Pérez García, me imagino con un libro AK 47 en las manos, repasando las líneas de palabras como si fuesen calles de una Tijuana o una Bogotá que viven esos libros, cuyos habitantes hablan de poesía como si usaran moneda corriente en tiendas y mercados. Un Borges se asoma en su poema El sur, para darnos su idea de poema, o mejor dicho, la idea que Samuel le arrebata al paso como si fuera de la mejor que por allá se da, y nos la oferta, conocedor del ramo:
Desde uno de tus patios haber mirado
Las antiguas estrellas,
Desde el bando de sombras haber mirado
Esas luces dispersas
Que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
Ni ordenar en constelaciones,
Haber sentido el círculo del agua
En el secreto aljibe,
El olor del jazmín y las madreselvas,
El silencio del pájaro dormido
El arco del zagúan, la humedad
-esas cosas, acaso, son el poema.
Poema lleno de silencios, como agujeros circunflexos que lo llenan todo, y cito a Samuel: “condición y motivo para que la memoria posea esa capacidad de captar la escena que nos conduce a experimentar cierta tristeza”, y la certeza de que hemos entendido, en algo, aunque sea a través del zoom que nos presta el autor, que es poesía.
Otro iracundo, León Felipe, desde sus Versos y oraciones del caminante, apunta con amable violencia a las fachadas del vanguardismo:
Deshaced ese verso
Quitadle los caireles de la rima,
El metro, la cadencia
Y hasta la idea misma,
Acentuad las palabras,
Y si después queda algo todavía,
Eso
Será la poesía.
Apuntes de viajes con los que se puede construir el derrotero. Secretos de sensaciones y pesares íntimos que pueden servir al lector para, aprovechando el paso, visitar tal o cual poema para ver que sí, que la arquitectura del mismo, aunque pudiera estar deshabitada y el techo caído, es tal y como nos dijo. El laberinto de muros sintácticos y los nichos semánticos ahí están.
La cultura no es, por supuesto, invención ocasional, creación milagrosa o producto del azar, y la poesía, como todas las artes, es producto de la existencia común en espacio y tiempo y dolor, necesidades y sueños, migraciones y permanencias, y amor, no como lugar común desgastado sino como sentimiento que se forja con el diario existir, vivir, sufrir, reír, morir… cuando se escribe un poema (nos dice Samuel) se hace por y para alguien…escribo pensando cómo ese sentimiento de nostalgia debe aparecer en el poema para que le guste a quienes va dirigido. Pérez García toma partido en una vieja reyerta ideológica sobre si se puede o no hacer poesía para sí mismo. No, nos dice con acierto él, y lo contrario no es sino una excusa baladí para no ocuparte de los verdaderos asuntos de la vida, porque la vida y la escritura siempre son para otros y con otros.
Por eso Samuel se compromete como único posible espectador de la poesía de Orlando Guillén, a quien ni siquiera su hermano Carlos lee. Uno contra otro miles de no lectores. Pero ese único lector sabe que puede apostar el todo de su conciencia a poetas como Guillén, porque ellos viven la poesía, no se sujetan a los dictámenes de quienes odian la poesía y a los poetas, como el espiritual Platón que los erradicó de su República. La poesía, y Platón tenía conciencia de ello y por eso su odio, rivalizó con la filosofía, a pesar de que el Nietzsche lo ubicó por debajo de la música; sin embargo, en El nacimiento de la tragedia reconoció que ambas tienen un mismo origen: los cantos dionisiacos, y por ello se regocija con la irreverencia del poeta que enfrenta y afronta su tiempo.
“Pesar y pensar” son términos que evidencias un origen común. Pensar la poesía es pesar la palabra, sopesarla como se hace con una fruta, sosteniéndola en la mano, para percibir su grado de madurez, tratamos de calcular su peso, la olemos para darnos una idea de su estado interno (digamos de su semántica natural) y la posibilidad de disfrutarla o dejarla para otra ocasión (en una función sintáctica). Cuando estas acciones se hacen con los frutos intelectuales cosechados ya por uno mismo o por otros, este pesar o pensar las palabras no sólo es una acción crítica sino, además, creativa; nos movemos entonces en la indefinida zona de la filosofía del lenguaje o de la creación –estética-, o sea en el género del ensayo, al cual llamó Alfonso Reyes el centauro de los géneros literarios.
Por mi parte doy la bienvenida a este trabajo del que pueden abrevar aquellos que se lanzan a recorrer el mundo, único lugar donde nace la poesía.
15 de febrero 2011.