domingo, 7 de enero de 2018


LOS DETECTIVES SALVAJES

Samuel Pérez García
Escrita por Roberto Bolaño, uno de los infrarrealistas, movimiento literario en la década de los años setenta del siglo XX, Los detectives salvajes, es una novela con un doble propósito: por un lado, es la denuncia y el cuestionamiento de aquel contexto cultural de los años setenta en México, donde esa corriente literaria llamada infrarealismo surgió como una respuesta crítica a la cultura literaria oficial. Pero también, por otra parte, es mostrar la persistencia de principios en la literatura, manteniendo por encima de todo, la congruencia con la visión estética que los cobijó y los hizo rabiosamente contestatarios del statu quo, según se puede leer en aquel histórico manifiesto escrito por Bolaño en 1976:
“En poesía y en lo que sea, la entrada en materia tiene que ser ya la entrada en aventura. Crear las herramientas para la subversión cotidiana. Las estaciones subjetivas del ser humano, con sus bellos árboles gigantescos y obscenos, como laboratorios de experimentación. Fijar, entrever situaciones paralelas y tan desgarradoras como un gran arañazo en el pecho, en el rostro. Analogía sin fin de los gestos. Son tantos que cuando aparecen los nuevos ni nos damos cuenta, aunque los estamos haciendo / mirando frente a un espejo. Noches de tormenta. La percepción se abre mediante una ética-estética llevada hasta lo último”.
La palabra clave es aventura, porque la vida es eso: una aventura donde no sabes cuál es día ni el lugar donde desaparezcas para siempre. Y Arturo Belano, en busca de la muerte, desaparece dos veces en la novela y una en la vida real a unos cuantos años de haberse publicado la misma: una, en los desiertos de Sonora, a donde había ido él y Ulises Lima, Juan García Madero y la prostituta Lupe, en busca de los restos físicos y de la obra completa de Cesárea Tinajero, supuesta cabeza del movimiento realvisceralista, que  había existido por allá de los años veinte en el Distrito Federal, pero que luego  había regresado a su pueblo natal, en Sonora. La segunda, cuando –como  reportero de un periódico madrileño anda en África escribiendo sobre la guerra civil de Liberia. En ese país, Belano se encuentra con un fotógrafo, Emilio López Lobo, quien también anda queriendo olvidar su pasado familiar borrascoso, y ambos se internan en el corazón del conflicto, para no saberse más de ambos. La tercera, cuando en 1998, muere en un hospital de Barcelona.
La novela está dividida en tres partes. En la primera, el poeta Juan García Madero mediante un diario comienza contando cómo se inició en la pandilla realvisceralista, a la cual fue invitado por Arturo Belano y Ulises Lima, así como las peripecias que vivió junto a ese grupo de poetas, no sólo en el plano de la escritura poética, sino en el existencial. Así, mediante el diario va dejando constancia de las fobias y filias de todos y cada uno de los integrantes de ese grupo literario, en la que conviven distintos niveles sociales, culturales y sexuales aferrados a un proyecto: escribir poesía a partir de este principio:
 “Caminar de espaldas, mirando un punto pero alejándose de él, en línea recta hacia lo desconocido”
La segunda parte, Bolaño mediante la orquestación de un sinnúmero de voces da forma a la personalidad  y a la historia de Arturo Belano y de Ulises Lima en esa búsqueda eterna: el primero, por encontrarse con la poesía; y el otro, con el amor de su vida, a la cual busca hasta Israel, sin poderlo conseguir, por ello se ve obligado a regresar a México. El otro, Belano, después de aquel trágico encuentro con Cesárea Tinajero en el desierto de Sonora, parece buscar la muerte, al ser abandonado por su mujer y su hijo, y decide viajar a África, donde finalmente desaparecerá, sin dejar más constancia de ello. Casi al final de esta segunda parte, aparecen los saldos que dejó el movimiento realvisceralismo en términos de la poesía  y de los poetas que lo protagonizaron.
Jacineto Requena, hace crítica de cine y gestiona el cine club de Pachuca; María Font vive en el DF. No se ha casado, escribe, pero no publica. Ernesto San Epifanio murió. Xochitl García trabaja en revistas y suplementos dominicales de la prensa capitalina. Rafael Barrios desapareció en Estados Unidos. Angélica Font publicó hace poco un libro de poesía. Piel Divina murió. Pancho Rodríguez murió. Ema Méndez se suicidó. Moctezuma Rodríguez se metió a la política. Felipe Muller sigue en Barcelona, se casó y tiene un hijo, es feliz cuando los cuates le publican un poema. Ulises Lima sigue viviendo en el DF.
La tercera parte es la continuación de la primera parte. Juan García Madero cuenta las peripecias que pasaron en el Desierto de Sonora en busca de los restos de Cesárea Tinajero, a quien después de muchas vueltas, terminan por llegar al pueblo donde habita la poeta, pero solamente para que termine muerta de manos de Alberto, el padrote que perseguía a Lupe.
A raíz de la muerte Cesárea, Ulises Lima y Belano se separan de Lupe y Juan García Madero. Y ya nunca vuelven a saber de ellos. Será en la segunda parte, mediante una serie de entrevistas hechas por un entrevistador que nunca queda claro quién es, se nos presenta la personalidad de cada uno de ellos, con todo su perfil cultural y psicológico, así como los propósitos que persiguen en la vida.  Aparecen y desaparecen en voz de los personajes, que como una orquesta, van narrando cómo lo conocieron y lo que supieron de ellos. Están y no están. Mueren pero permanecen, porque al lector, después de concluir el libro, se queda con las ganas de repasar la historia para desnudarla otra vez y volverla a vestir. Y eso hace que se lo conviertan en un  detective: se lee para saber dónde quedó el final de la historia, que no tiene comienzo y un final definido. Da lo mismo comenzar con la tercera parte, que en medio o siguiendo la clásica secuencia, que inicia desde el principio. Cada una de las partes no concluye definitivamente, sino aparecen como zaga a seguir. En la primera, la narración se suspende en donde a bordo de un Impala, Ulises Lima, Arturo Belano, Juan García Madero y Lupe, huyendo del padrote de Lupe, se embarcan hacia Sonora en busca del pasado de Césarea Tinajero. Y cuando se abre la segunda parte, ya no tiene continuación, porque ahora el autor  deja el concierto de voces que narran la historia de Arturo Belano y Ulises Lima, que tampoco concluye de modo claro y definitivo: de Arturo Belano no se sabe nada, salvo que el último que lo vio fue en un pueblo de Liberia, y si queda vivo o muerto, es una incógnita. De los demás sí. Algunos murieron y otros siguen vivos, sobreviviendo en otras cosas, pero no de la poesía. En la tercera parte, Juan García nos deja una interrogante que descifrar: que hay detrás de la ventana. Cualquier pregunta puede ser la verdad o una mentira. Casi como decir que la realidad no tiene solo una perspectiva, sino muchas. Y es por esto que la novela puede ser abordada desde diversos planos. No es, eso sí, una novela policiaca de corte tradicional, pero sí una novela que apunta al desvelamiento de una realidad, la literaria, en un contexto específico, la ciudad de México, con protagonistas reales y ficticios: aquellos que formaron parte del movimiento infrarealistas en los años setenta del siglo pasado, y que Los detectives salvajes nos ha  presentado.










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