UN POETA NUNCA MUERE
Javier Pulido Biosca.
Ya ni recuerdo cómo
conocí a Carlos Alemán, sí tengo en la memoria la primera conversación con ese
joven que se interesaba en serio por las letras y al decir en serio quiero decir que leía y no simplemente barruntaba textos
nacidos de una inspiración en la que no creo.
Intercambiamos
opiniones varias veces y coincidimos en algunos puntos de vista sobre el
anodino acontecer cultural de Coatzacoalcos. Supe que se interesaba por leer a
Malarmé, a Valèry, a Baudelaire y sugerí leer a algunos otros para sacar en
claro de que sí los conocía. De esas pláticas me enteré que le gustaban formas
clásicas, como el soneto y me interrogó sobre mi postura ante los versos
rimados y medidos.
Como no soy poeta
ni aspiro a serlo, pude decirle lo que en realidad pienso de esas formas como
un verdadero reto a la creación, siempre y cuando no se quede el escritor en la
rigidez de la forma, que le impida la expresión. Ese es el verdadero reto.
Un día de esos que
no se esperan, me visitó en casa y me presentó, con una mueca de vergüenza y
orgullo, un paquete de hojas llenas con sonetos, más de 130 sonetos completos.
Tardé en leerlos varias semanas, hasta que un día, presionado por el autor,
insistiendo en que se los devolviera, cosa que hice con presteza y un poco
ofendido ante la insinuación velada de plagio, acción despreciable y sólo digna
del incapaz de crear.
Tal vez el joven
Alemán tenía sus razones para temer ser plagiado, y las disipé dándole mi dura
opinión. “No sé, Carlos, la técnica es correcta, muy bien medida y rimada, pero
con la honestidad que te mereces, debo decirte que son huecos, no dicen nada,
no transmiten y me parecen como un ejercicio y nada más”.
Las opiniones
sinceras son más útiles que las alabanzas, pero duelen, eso lo sé y por eso
evito participar en talleres y círculos de creación que se forman de vez en
cuando por personas que no leen y pretenden escribir. Pero Alemán sí leía, así
que supe que de algo le debía servir mi rudeza.
Y fueron varios
meses que nos dejamos de frecuentar. Eso les pasa mucho a los poetas, hasta que
un buen día me enteré que había recibido un premio en algún concurso local, lo
que dio gusto, aún cuando se que esos clubes son demasiado concesivos. Después
tuve ocasión de leer el texto ganador. No eran sonetos, sino verso libre lleno
de metáforas y me dio más gusto saber que el joven lector ya escribía poesía.
Fui a decírselo y
le hice una sugerencia “Carlos, con el premio no te engolosines, estudia, las
letras son muy exigentes y requieren formación profesional. No te quedes así,
inscríbete a la Universidad, que en artes, antropología y literatura es de
amplio prestigio”.
Me miraba con ojos
tristes para contestar “no es tan fácil”. Supe que tenía que acreditar una
materia en su preparatoria y le insistí en que la sacara. Pero no le era fácil.
Más adelante lo
incorporé al equipo de trabajo de la revista Raíces, en la que disfrutó presentando comentarios musicales de
autores clásicos. Disentíamos en algunos puntos de vista, pero eso enriquecía
el pensamiento de ambos y un buen día me presentó otro paquete de sonetos.
Con temor de
ofenderlo, los leí en poco tiempo para nuevamente hacer mi comentario, duro,
aunque sin ánimo de lastimar, sino de retar al talento. “Carlos, están mejor
que los primeros, pero no transmiten vida. La poesía debe darte un trozo de
vida. Usa la técnica para que exprese lo vivo, de lo contrario no hay poesía;
¡vive, ama, goza, llora, olvídate de la poesía que no es nada sin vida!”.
Me distancié por
diversas razones de trabajo y un accidente del que salí adelante gracias a muchos
amigos que, como ángeles guardianes, me auxiliaron en su momento, lo que
agradezco siempre.
El último
comunicado de él, a través de un apreciado intermediario fue sobre un asunto de
suscripciones de Raíces, al que
respondí que no se preocupara, que no había problema alguno, después de casi un
año de inactividad, el ritmo de Raíces
cambió y agradecí los esfuerzos y la honestidad de Carlos.
Poco después supe
de su deceso, y lamenté ver truncada la posibilidad de que un joven llegara a
producir poesía, con la altura que merecía su esfuerzo e interés.
Y fue hasta el
pasado lunes que recibí de parte de un colega, que también es poeta, Samuel
Pérez, quien editó unos sonetos de Carlos Alemán, de un tercer paquete que
ahora me toca ver ya impreso, prologado por el poeta Rubén de Leo y el
cuentista Luis Chávez Fócil.
Los sonetos son
excelentes, colocan a Carlos Alemán en la categoría del poeta que domina la
forma para expresar vida, por lo que, rememorando a Jean Cocteau, podemos decir
que “los poetas nunca mueren”, y dejar ese trozo de inmortalidad que será
presentada, como libro en la Casa de Cultura de Coatzacoalcos el próximo lunes 19
de septiembre a las 20:00 horas, 8:00 de la noche.
Por lo pronto dos
muestras de lo que los asistentes encontrarán el libro que se presentará:
ME DUELEN LAS MURALLAS QUE CELEBRAS
Jamás supiste nada, niña tonta
Sin rumbo fijo siempre solo vago
Mis carnes hierro muerden, nubes monta
Descubre cuántas propias tumbas hago;
La sed que sus venenos los afronta
Los hilos adelgazas de mi pago
En los relojes donde se remonta
Amarga de volcanes en su trago;
Me partes, juegas con mis altas hebras
Tus signos corren, huyes sin acuerdo
Me duelen las murallas que celebras;
Por el modo grave con que pierdo
Lluéveme tu nombre si me quiebras
La piel que se diluye en tu recuerdo.
EN TU ALMA CLARA CON AMOR YO ENTRO
De voces diferentes de poesía
Con las gratuitas arpas del aroma
Del alfabeto joven todavía
Tu diaria primavera mundos toma;
De bruma con pausada calma fría
De noche vasta que con sol asoma
Con mármol de constante paz de día
Paciente lluvia tienes por idioma;
Liberas lo que sobre vientos lanzo
Tus danzas giran en su propio centro
Exactas, intocables del remanso;
Te haces fragmento en el encuentro
Y en las orillas de tu piel descanso
Y en tu alma clara con amor yo entro.
En este centro de la ciudad, trafagoso y hostil, vivió
el poeta Carlos Alemán.
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