jueves, 15 de diciembre de 2011

POEMAS DEL LIBRO LA SAL DE LA VIDA


Con el viento de las tardes



Para Ana Luisa, ausentísima y presente

 

Como si fueras un rumor

De olas golpeando alguna pena, te recuerdo.

Como si el grito que adentro llevo

Fuera el silencio de un beso nunca dado.

Te nombro en esta ciudad sin azucenas,

Donde el domingo es un paraje sin canciones.

En esta ciudad donde la luz perdió sus ojos,

Y el corazón era un temblor interminable.

Con la luz opalina de los años, te recuerdo.

En los ojos de un hombre que bebe a sorbos

La cansada soledad de su tequila.

En algún poema de autor nunca leído, te recuerdo

En alguna nota arrancada a la memoria.

Te recuerdo cuando hacías patria, izabas una manta

Y un puño cortaba el aire de los años.

Te recuerdo con los gritos que reclaman

Su estancia en miles de gargantas,

Con el blues bailado en alguna pista

Cuando la tristeza no estaba en el diccionario.

Te recuerdo en los tulipanes, en el jardín

Donde fuimos habitantes necesarios,

A la orilla del mar azul, en la marea de tu sexo,

Con el viento que sopla por las tardes

Frente al mar de los recuerdos.






3



Nada hay en este espacio

En que miro el limo de los años.

Nada existe, salvo mi libro,

El humo de un cigarro abandonado,

La quietud del terciopelo negro

Y tu recuerdo.

A tumbos, ojeroso, lleno de tantos años

Escribo lo que puedo ser:

Soy un oleaje en medio de la niebla

El inaudible grito de los vivos

Esta ternura que nadie mira

El poema nunca escrito

El rostro que nadie quiso tener

El muerto, el olvido nunca hallado.

Yo fui la última lágrima en los ojos de mi madre,

La última letra del abecedario.







jueves, 15 de septiembre de 2011



UN POETA NUNCA MUERE

Javier Pulido Biosca.



Ya ni recuerdo cómo conocí a Carlos Alemán, sí tengo en la memoria la primera conversación con ese joven que se interesaba en serio por las letras y al decir en serio quiero decir que leía y no simplemente barruntaba textos nacidos de una inspiración en la que no creo.

Intercambiamos opiniones varias veces y coincidimos en algunos puntos de vista sobre el anodino acontecer cultural de Coatzacoalcos. Supe que se interesaba por leer a Malarmé, a Valèry, a Baudelaire y sugerí leer a algunos otros para sacar en claro de que sí los conocía. De esas pláticas me enteré que le gustaban formas clásicas, como el soneto y me interrogó sobre mi postura ante los versos rimados y medidos.

Como no soy poeta ni aspiro a serlo, pude decirle lo que en realidad pienso de esas formas como un verdadero reto a la creación, siempre y cuando no se quede el escritor en la rigidez de la forma, que le impida la expresión. Ese es el verdadero reto.

Un día de esos que no se esperan, me visitó en casa y me presentó, con una mueca de vergüenza y orgullo, un paquete de hojas llenas con sonetos, más de 130 sonetos completos. Tardé en leerlos varias semanas, hasta que un día, presionado por el autor, insistiendo en que se los devolviera, cosa que hice con presteza y un poco ofendido ante la insinuación velada de plagio, acción despreciable y sólo digna del incapaz de crear.

Tal vez el joven Alemán tenía sus razones para temer ser plagiado, y las disipé dándole mi dura opinión. “No sé, Carlos, la técnica es correcta, muy bien medida y rimada, pero con la honestidad que te mereces, debo decirte que son huecos, no dicen nada, no transmiten y me parecen como un ejercicio y nada más”.

Las opiniones sinceras son más útiles que las alabanzas, pero duelen, eso lo sé y por eso evito participar en talleres y círculos de creación que se forman de vez en cuando por personas que no leen y pretenden escribir. Pero Alemán sí leía, así que supe que de algo le debía servir mi rudeza.

Y fueron varios meses que nos dejamos de frecuentar. Eso les pasa mucho a los poetas, hasta que un buen día me enteré que había recibido un premio en algún concurso local, lo que dio gusto, aún cuando se que esos clubes son demasiado concesivos. Después tuve ocasión de leer el texto ganador. No eran sonetos, sino verso libre lleno de metáforas y me dio más gusto saber que el joven lector ya escribía poesía.

Fui a decírselo y le hice una sugerencia “Carlos, con el premio no te engolosines, estudia, las letras son muy exigentes y requieren formación profesional. No te quedes así, inscríbete a la Universidad, que en artes, antropología y literatura es de amplio prestigio”.

Me miraba con ojos tristes para contestar “no es tan fácil”. Supe que tenía que acreditar una materia en su preparatoria y le insistí en que la sacara. Pero no le era fácil.

Más adelante lo incorporé al equipo de trabajo de la revista Raíces, en la que disfrutó presentando comentarios musicales de autores clásicos. Disentíamos en algunos puntos de vista, pero eso enriquecía el pensamiento de ambos y un buen día me presentó otro paquete de sonetos.

Con temor de ofenderlo, los leí en poco tiempo para nuevamente hacer mi comentario, duro, aunque sin ánimo de lastimar, sino de retar al talento. “Carlos, están mejor que los primeros, pero no transmiten vida. La poesía debe darte un trozo de vida. Usa la técnica para que exprese lo vivo, de lo contrario no hay poesía; ¡vive, ama, goza, llora, olvídate de la poesía que no es nada sin vida!”.

Me distancié por diversas razones de trabajo y un accidente del que salí adelante gracias a muchos amigos que, como ángeles guardianes, me auxiliaron en su momento, lo que agradezco siempre.

El último comunicado de él, a través de un apreciado intermediario fue sobre un asunto de suscripciones de Raíces, al que respondí que no se preocupara, que no había problema alguno, después de casi un año de inactividad, el ritmo de Raíces cambió y agradecí los esfuerzos y la honestidad de Carlos.

Poco después supe de su deceso, y lamenté ver truncada la posibilidad de que un joven llegara a producir poesía, con la altura que merecía su esfuerzo e interés.

Y fue hasta el pasado lunes que recibí de parte de un colega, que también es poeta, Samuel Pérez, quien editó unos sonetos de Carlos Alemán, de un tercer paquete que ahora me toca ver ya impreso, prologado por el poeta Rubén de Leo y el cuentista Luis Chávez Fócil.

Los sonetos son excelentes, colocan a Carlos Alemán en la categoría del poeta que domina la forma para expresar vida, por lo que, rememorando a Jean Cocteau, podemos decir que “los poetas nunca mueren”, y dejar ese trozo de inmortalidad que será presentada, como libro en la Casa de Cultura de Coatzacoalcos el próximo lunes 19 de septiembre a las 20:00 horas, 8:00 de la noche.

Por lo pronto dos muestras de lo que los asistentes encontrarán el libro que se presentará:

ME DUELEN LAS MURALLAS QUE CELEBRAS

Jamás supiste nada, niña tonta

Sin rumbo fijo siempre solo vago

Mis carnes hierro muerden, nubes monta

Descubre cuántas propias tumbas hago;



La sed que sus venenos los afronta

Los hilos adelgazas de mi pago

En los relojes donde se remonta

Amarga de volcanes en su trago;



Me partes, juegas con mis altas hebras

Tus signos corren, huyes sin acuerdo

Me duelen las murallas que celebras;



Por el modo grave con que pierdo

Lluéveme tu nombre si me quiebras

La piel que se diluye en tu recuerdo.



EN TU ALMA CLARA CON AMOR YO ENTRO

De voces diferentes de poesía

Con las gratuitas arpas del aroma

Del alfabeto joven todavía

Tu diaria primavera mundos toma;



De bruma con pausada calma fría

De noche vasta que con sol asoma

Con mármol de constante paz de día

Paciente lluvia tienes por idioma;



Liberas lo que sobre vientos lanzo

Tus danzas giran en su propio centro

Exactas, intocables del remanso;



Te haces fragmento en el encuentro

Y en las orillas de tu piel descanso

Y en tu alma clara con amor yo entro.



En este centro de la ciudad, trafagoso y hostil, vivió el poeta Carlos Alemán.



miércoles, 14 de septiembre de 2011

LIBRO DE ANTONIO SALINAS BAUTISTA

Serial, del pasmo a la poesía





Jeremías Marquines



La frase de Heidegger: para qué poesía en tiempos de penuria o en tiempos sombríos, cobra en la actualidad su dimensión más amplia. Algunos dirán que la poesía en tiempos de penuria trae esperanza, pero no es así, la poesía no nos da nada que no tengamos ya adentro de nosotros, si lo que deseamos es esperanza, tendremos esperanza, pero si lo que bulle en nuestro interior son otros sentimientos como la angustia, el desencanto, el odio y la impotencia castradora, eso mismo obtendremos de la poesía.

Hasta hace una década, la violencia producida por los conflictos entre bandas rivales de narcotraficantes era un tema marginal del que se ocupaban sólo las páginas de notas rojas de los periódicos regionales y, a veces, alguno que otro cuentista, sobre todo de los estados del norte donde por generaciones vivieron los grandes barones de la droga pero para la poesía estos asuntos nunca tuvieron importancia.

Para muchos mexicanos la violencia del narcotráfico sólo existía en la imaginación de los narradores y corridistas norteños, y en la canción de Camelia la Tejana y Emilio Varela que, paradójicamente, la misma sociedad que hoy se duele de la narcoviolencia ayudó a difundir y cantó en fiestas y bautizos desde 1973, año en que la abuela de los narcocorridos se grabó por primera vez.

Hace poco tiempo era impensable y hasta de mal gusto que los poetas hicieran eco de tiroteos y matazones entre narcos y policías. Si uno revisa los libros de los más destacados poetas mexicanos de los últimos diez años, según un artículo publicado por El Universal, se dará cuenta que estos asuntos no existen para esos maestros de las letras nacionales. Como es común en nuestro país, los poetas viejos y jóvenes estaban ocupados como siempre en analizar las pelusas de su ombligo; observar las grietas en la pared; seguirle las huellas a un tigre rengo, y buscar abstracciones estéticas en la guía de enfermedades hospitalarias. Para estos poetas, mirar la realidad alrededor de sí, era y sigue siendo cosa sucia. Los únicos que en ese entonces se atrevieron a tocar el tema fueron algunos narradores mexicanos como Mario Trejo González y Elmer Mendoza. El primero con la novela El cadáver errante, publicada como la primera narconovela en 1993 por la editorial Posada, y el segundo, con Un asesino solitario publicada por Tusquets en 1999, donde el crimen de Colosio le sirve de pretexto a Mendoza para marcar en el mapa del país un territorio que desde siempre se han disputado narcotraficantes y policías judiciales; luego de esto, la narcoviolencia se hizo moda literaria que las editoriales han explotado hasta la trivialidad, casi de la misma manera en que lo hicieron en su tiempo con la llamada literatura de la onda o con el realismo mágico.

Pese a que la violencia criminal, desgraciadamente forma parte desde hace algunos años de la vida cotidiana de millones de mexicanos, hasta hace algunos meses, en el mundo de los poetas nacionales, aún se pensaba que era posible vivir en los márgenes de esta inercia de la brutalidad. Sin embargo, el despertar a la realidad ha sido súbito y terrorífico. Cada vez son más los casos de escritores que han sido tocados por las balas de lo amargo; el caso más dramático, como todos saben, lo representa el poeta Javier Sicilia. Luego le siguió Efraín Bartolomé, el más insolidario de los poetas mexicanos, quien quiso sacar jugo publicitario de un simple allanamiento a “su hermosa casa”, cuando en el país todos los días la gente vive casos verdaderamente graves de terror.

Para los que vivimos en Acapulco, un lugar que durante más de medio siglo representó La Meca del turismo nacional y extranjero; el paraíso de palmeras y sol donde cientos de artistas y faranduleros diversos encontraron alivio a su mundanidad, tiene ahora otro significado. Vivir en Acapulco significa dormir y despertar con miedo. Aquí, como dice uno de los poemas de Antonio Salinas: “La casa ya no es lugar seguro: las paredes son blandas,  hieden a pólvora los rincones”. Vivir ya no es opción entre las balas cotidianas. La incertidumbre alimenta los días violentos donde sobrevivir lo más discretamente posible, se ha constituido en parte de un ritual que cada quien practica a su modo, ya muy ajeno a la ensoñación edénica.

Si el despertar es abrupto, la literatura que se hace en Acapulco es del mismo modo: casi de la noche a la mañana se pasó de la fiesta perpetua al luto cotidiano. Un día Antonio Salinas se encontró en la disyuntiva entre seguir cantando al mar, las mujeres y las playas de Acapulco como venían haciendo los versificadores y boleristas de este puerto desde hacía más de medio siglo, o volverse sobre el ejercicio de hacer una reflexión llena de intuiciones y alumbramientos sobre la realidad violenta que le tocó vivir.

Antonio Salinas (Acapulco, 1977), es parte de una nueva y quizá la primera generación de escritores que desde Acapulco -un lugar que hace menos de una década no figuraba en ningún mapa literario nacional-, construyen una poesía integrada por partes de la realidad más inmediata y esencias intangibles que laten bajo la piel. Una poesía que se alimenta de la nausea y del caos, ilegitimo e intolerante donde nace.

Serial es una cifra, un código alfanumérico único asignado para identificar un objeto en particular entre una gran cantidad. Así tituló Antonio Salinas Bautista su primer libro de poemas que recién acaba de publicar el Fondo  Editorial Tierra Adentro, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Con este título, el poeta nos anuncia una poesía de pasmo donde el valor de la vida se traslada al número de serie con el que se identifica a cada individuo en los largos empadronamientos de muertos que deja la violencia criminal que azota al país.

Una poesía de pasmo dije porque así está la sociedad y el tiempo que vivimos. Un tiempo donde la poesía ha sido rebasada por la intensidad de la violencia y que Antonio Salinas expresa bien al decir: Me siento el centro de una balacera,/ víctima del silencio amordazado […] Me concentro frente a la hoja en blanco./ Trato de escribir una sola palabra y no puedo;/ el papel se arruga en mis manos,/ ¿o son mis manos las que se arrugan?, ¿o es mi voz la que no alcanza el vuelo como cualquier pájaro?

Nadie se mueve, nadie habla, nadie vio, ni escuchó nada. “De ahí que mi voz sea una fruta amarga, sonido que no se oye”, escribe Salinas. Hay una vida ahogada dentro del caos que producen las balas y los ajusticiamientos cotidianos. En cada esquina la vida se paraliza por el miedo. “Hay amor, ya no podremos caminar igual por esa cuadra, ni vivir entre los muros y la casa por otra larga temporada”. Nadie está a salvo, ni entre la multitud de un estadio de futbol, mucho menos en la banqueta de la avenida Costera de Acapulco en la que bestias sin rostro dejan regueros de restos humanos. “Nos debemos al festín de los encapuchados”, dice el poeta.

Serial es un libro que tiene el acierto de regresarnos de los exilios interiores donde por tanto tiempo nos hemos evadido. Nos trae de regreso de ese tiempo homogéneo y vacío de la memoria, del recuerdo y los días felices, al tiempo actual, el del presente que es lleno, llano y sin memoria pero es nuestro tiempo. En este tiempo, al igual que todo lo demás, a la violencia también la han desprendido de toda justificación ideológica, pues se matan disputando misceláneas, piélagos y cocinas, reclama el poeta. Se matan porque alguien se parecía a algún otro que cruzó la acera. Ajena a todo margen preestablecido, la violencia del narcotráfico ha creado su propia tercera orilla, su propia justificación, la del terror in situ, de la que se alimenta. “Ellos se adueñaron del tímido respiro de los peatones”, se lamenta el poeta.

El poeta Antonio Salinas ha creado un libro de pasmo, reflejo de una sociedad amordazada por el miedo. Un libro de admiración y asombro extremados por la violencia, que dejan como en suspenso la razón y el discurso. ¿Cómo decir con mis propias palabras que aquí toda roca se ablanda? Por más que escribo notas veo una grieta que no cierra con nada…, dice el poeta.

Serial es una alusión a una sociedad impotente, pasmada por el miedo: “Salgo de la casa con el miedo en los bolsillos. Cualquier ladrido me espanta cuando me gana el sueño”. Pero además, como dice uno de los poemas de Salinas: “No hay tribuna/ que se incendie de coraje/. Y “Como quien no quiere la cosa/ levanto mi voz pero nadie me hace segunda”.  Pero al final, todo se reduce al temor de hablar, a la mordaza que impone el terror y por eso, parafraseando un versículo bíblico, el poeta reclama: Quien no ha hurgado en el miedo/ que tire la primera piedra y no se esconda.

Los poemas de Antonio Salinas son un recuento lírico de los días aciagos que nos ha tocado vivir; un testimonio de que la violencia y el terror del crimen organizado no sólo matan el cuerpo físico, sino que también, lentamente matan la memoria, la pasman porque se vive al día, al filo de la navaja, a salto de mata: Se vuelven los recuerdos en mi contra/ así que está por demás disimularNo sé si los años me han enseñado o sólo me quitaron algo que no servía.

Pero aún entre las balas y el terror, la poesía canta, y canta a su objeto más preciado, canta al amor. En medio del humo, los matones, los autos polarizados, la sensación de sospecha, los restos humanos y las decapitaciones, el poeta se permite una pausa en el infierno para decirnos: si este amor llegó tarde en tiempos sombríos/ que mejor tarde, amor, que amordazados.



Serial

Antonio Salinas Bautista

Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011.

domingo, 21 de agosto de 2011

DEL NUEVO LIBRO DE ORLANDO GUILLEN

EL ANSIA DE LA PANDORGA


ORLANDO GUILLEN





Surden al primer albur de albor. Noctívagas vagonas repletas


De miedo de las güestes celestiales


Caminan jadeantes como bestias bien arreadas cargas de leña


De vacío.


Como de Lo Luz Lo Oscuro. De Lo Sustancia Lo Flor. Como de


Horca las racimas esenciales


De Lo Forma. Noctívagas sudorosas descargando sobre ya muy meado río


De Nada y de corazón mamá. Meaos y a muy meaos. Meaos fermentaos


De Persona


Que no Será Ser entre las patas de estas bestias de carga terrenales


En los Altos de Santa Marta de Soteapan y San Martín de Acayucan


Meaos y Fermentaos y


Ovalaos de Persona,


Fandango de velorio, pespunte al jaraneo. Mortorio de las inmortales.


Chachacan chacan


Chachacanchá


Caamaño me gusta


Pa trabajar


Chachacan Chacan


Chachacanchá


Caamaño me encanta


Pa trabajar


Ay una duenda


Y un duende


Poemaban duendejadas


Diciendo la duenda


Al duende:


“Si por la rueda de Oriente


Se ven venir las cascadas


Es que al Sol está caliente


Y está cogiendo a vaciadas


Con la noche que se queda


Muerta de tantas culeadas”


Y el duende le contestó:


“Échate éste y vamonós”


Y el duende le contestaba:


“Échate éste y vamonós”


Chachacan chacan


Chachacanchá


Caamaño me gusta


Pa trabajar


Chachacan chacan


Chachacanchá


Caamaño me gusta


Caamaño me gusta


Pa trabajar


Chachacan chacan


Chachacanchá


Caamaño me encanta


Caamañ me encanta


Pa trabajar

lunes, 30 de mayo de 2011

un poeta de minatitlán, Veracruz

Desnudo rubio
José Homero (poeta veracruzano) 

el cuerpo convertido en torso
enhiesto
ávido del salto y el reflejo
opulento y tenso
terso viento
música del cilindro y las esferas
música
armonía
sucesión de espacios
o el giro de la luz en los volúmenes
como el despliegue
la secuencia del cuerpo en movimiento
 trazando sinfonías donde se unen los contrarios

 la carne: sucesión de odres y de pliegues

un cuerpo donde el deseo ha difundido el rostro
y la ocultación excita el orificio
aunque muestra todo aquello que se opone a lo profundo:
la superficie donde la lengua titubea
se devora demorando su sonoro
chasqueo
trémil balbuceo en los hombros
el vientre

y un restallido frutal en los pezones

No digas que ese cuerpo
roído por el sol
vive porque estremece
al animal que mora en mi entrepierna
sólo la luz continúa

su danza discontinua por las zonas

que el deseo revela

viernes, 22 de abril de 2011

poeta veracruzano

FILOSOFIA

Raúl Iván Méndez.

Yo sé que existo, porque tú me piensas
y sé que moriré cuando me olvides...
bajo mi pecho nacen ríos y mares
y más arriba palpitan las estrellas.

Se derrumba la noche tiempo abajo
huelo tu insomnio amor; tu soledad y una
vigila estelar.          Junto a la sed, la seda
de los versos que tejes conla luz de la luna

Entre el sol y el mar, me faltas cada día
(siento tu mano y tus cabellos en mi frente)
y eres lo que me queda de luz y melodía

La llama y el aroma tenaz de los jazmines
entre la vida y la muerte al mediodía
perfil de flor, luna morena entre violines.

poeta de chiapas

SONETO PLUVIAL
Joaquín Vázquez Aguilar (qepd)

Lluvia anunciándose. lluvia con sonido
de lluvia que se acerca como denso
panal bullente. lluvia como extenso

de dioses, con atronador zumbido
de río colosal, de saurio tenso.
lluvia mayor, lluvia del más intenso
y más salvaje y más feroz rugido

torrencial. lluvia que trae más lluvia
y más agua y más mares y más lluvia.
violenta lluvia, ronca. lluvia tal

que su furor lluvioso harto de lluvia
rompe el último cerco de la lluvia
más sorda y más atroz, lluvia total.

martes, 1 de marzo de 2011

 LA NOSTALGIA DE TEODOSIO GARCIA[1].
Samuel Pérez García.

Escribir poesía no es una tarea sencilla, implica abrir ventanas del alma para que otros miren e interpreten lo que tímida o clara puede asomarse. Por eso los poetas son catalogados seres que muestran su pena al mundo, y al hacerlo, se vuelven aptos para ser receptores de caudales de lástima que su poesía provoca. No a todos les toca esa cualidad, porque tampoco es la única manera de labrar la palabra poética. Muchas veces, los poetas, en su intento de ser distinto, experimentan con la palabra diversos modos de expresar eso que les pudre el alma. Unos escriben sonetos a la mujer amada, otros satirizan la situación social rimando los versos como ese famoso poema de Quevedo: Érase un hombre a una nariz pegado/ Érase una nariz superlativa/ Érase una alquitara medio viva/ Érase un peje espada mal barbado/ o las Redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz sobre la mujer: hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis: si con ansia sin igual/ solicitáis su desdén/ ¿Por qué queréis que obren bien/ si la incitáis al mal/. Por eso, tal vez, Teodosio García Ruiz, un poeta tabasqueño que comenzó su obra literaria y poética en la década de los ochenta, expresamente en 1985 cuando publica Sin lugar a dudas, escribe Nostalgia de Sotavento (2003) en un intento de salir del esquema que todos los poetas siguen: escribir con la parsimonia que exige la norma de la poesía que se aprende en los recintos universitarios, y nos ofrece una obra donde no encontramos la formalidad del pensamiento y de la emoción refinada, sino, acaso, la irreverencia contra el estatus social, la mirada crítica a la economía de la gente, el desparpajo para increpar al que lo oiga, sea culpable o no, de la transformación que convirtió a la selva tropical tabasqueña en un páramo de aceite y fierros oxidados, pozos incendiados, muertes violentas por las explosiones imprevistas de los gasoductos, y a la par, lo que lo hace distinto de una crónica periodística: el encuentro de Teodosio con aquellos años de su infancia, cuando los únicos regalos que recibía de su padre eran los regaños y los cocotazos.
No es esta una obra donde nos solacemos con la nostalgia a secas. Es un pretexto para entreverar que más allá de la modernidad que trajo el boom petrolero en el trópico tabasqueño, existe otra manera de resaltar el sentimiento que pervive en las masas de cascos y tornillos, grasas y franelas sucias, que cobran vida a través del quehacer poético que Teodosio consigue con este libro.
Dice en uno de los poemas:
Somos la avanzada, selva adentro, de una civilización a construir con maderos, cochinita pibil, barbacoa de Orizaba, pozole jalisciense, regionales estampas de una identidad escaldada en botanas y cervezas preñadas en cada campamento de exploración/ 
Quien no sepa de poesía y de sus formas, dirá que es una crónica periodística y no poética, pero el poeta trampea con esto, porque al final, cierra la idea que le cercena el sentimiento, al escribir en ese mismo texto:
Dejamos solamente la infancia allá, porque en estos rumbos la vida comienza y nos crea nuevamente. Es esto lo que hace poético al texto y lo separa de la crónica a secas, periodística.
En esa nostalgia sotaventina, la mujer no falta. Ella es vista como tierna, dócil y brava o simplemente como aquella que se cargará de hijos de algún petrolero desconocido, que producto de lo que la paga deja, van buscando en las mujeres lo que vive entre las piernas y les da aliento para laborar embarrados de grasa y oliendo el óxido de los fierros hasta que llega la catorcena y seguir “siendo obreros para construir el futuro”. Tal no ha sido fácil, porque en la memoria de Teodosio  quedaron las corretizas de las explosiones imprevistas, y de esas andanzas cuando andaba metido en los talleres para ganarse un lugar en ese futuro negro que se creía del petróleo, y lo hace rememorando la diabetes que se le enconchó en el último rincón de su alma, y que de paso, lo dejó ciego.
Nada escapa a la mirada de obrero y poeta. Teodosio García, igual que Neruda hizo con las uvas y las cebollas poemas que el hombre común no podía imaginar, el tabasqueño lo consigue con el trapo sucio y la franela que usan los obreros para limpiar las máquinas. Por la importancia que tiene el texto dentro de la obra, transcribo completo:
Una vez dije:/Labor de dios/Es labor de trapo/.Franela indigna/Ensangrentada,/Grana,/Floreciente, flagelo/Del herrumbe/.
………
Cuando acabas blancuzca/De tu hábito/Vuelves a lavar/-infiel algodón rojizo-/El rostro de dios/Si es posible. /
Y así  va el poeta pasando lista de presente a la jerga y su envidia, a la caja de herramientas, a los baños del taller, a los bomberos, al chango Mortimer Nolasco, pitcher en el beisbol, quien perdió un brazo entre las cuerdas aceradas del malacate, accidente que lo inutilizó para nunca volver a lanzar sin hit ni carrera. Ese fue la única queja del Chango Mortimer.
Pero insisto, la poesía de Teodosio no es una simple crónica sin más; ésta es el pretexto para meter la nostalgia con toda la fuerza necesaria. He aquí otro ejemplo tomado del poema de Los bomberos de rojo como que bailan:
Después de describir la tarea de los apagafuegos dice en la última estrofa:
Deben ir en helicópteros: saben/Que a veces la unidad les falla,/Pero el miedo no,/Ese está escondido/Adentro del uniforme.
Pero el poeta que no configura en los versos su pasado, que no subjetiviza sus emociones y la enciende para que otros la miren, no es poeta. Por eso Teodosio no podía olvidar la recomendación de Allan Poe sobre la construcción de los poemas: el centro de todo es la nostalgia- dice el escritor. Así, el poeta de Cunduacán escribe:
Cerca de los candeleros, donde el humo de los gases asciende caracoleando, un pedazo de infancia se revela, yace con los ojos abiertos, como viento entre los aguaceros la aparición de unos fantasmas nacidos de los relatos de los jóvenes mayores, de las desdentadas voces de los abuelos, de los dientes que se fueron cayendo en cada grado escolar hasta que apareció la muela del juicio.
Por ahí la infancia, canciones de cuna que todavía se escuchan en las rocolas viejas. p.47
Y tampoco es poeta quien no plasme en sus versos emociones encontradas. Dice en otro texto: 
Odio a mis padres/Sus inútiles consejos de cuidar el mundo/De no andarse por las ramas cuando suceda el fenómeno/Cuando la lluvia no sea más lluvia/
Que mis brazos caídos
…….
Odio a mis padres/….Porque yo elegí el camino que no vieron/Y ahora me arrepiento de no ser como ellos.
Asimismo, no hay poesía si a la mujer no se le nombra. De  ellas Teodosio da su versión: Las mujeres tienen ojos de misterio, procesiones amplísimas de alaridos irreconocibles; son tiernas dóciles y bravas.
Sonroja la piel una de ellas, un tatuaje nuestro de herrerías medievales y desnudas odaliscas. Y nos aman
Abunda en otra parte:
“Alguna mujer tuvo para mí su tersa piel, su pierna tibia, sus pechos ardientes. Imagino sus herramientas de piel dispuestas para mí. Sus oraciones y abluciones matutinas mientras canta una canción de moda.” p. 92
Pero no se queda así. El poeta también es irreverente con ellas cuando escribe:
Tu sexo no es como dicen los poetas/Un molusco atroz/Un peludo beso/La hendidura salvaje de la vida/Es el culito más rico del mundo/Y quiero más.
Sin embargo, el centro de todo el poemario no me parece que sea la transformación de la selva en páramo petrolero. Ese es el gancho para que el poeta deje correr el río de la emoción que lo agita. Su centro es la nostalgia por la infancia que ya no tiene regreso. De esa infancia escribe recordando un cumpleaños: /mis regalos ha sido putizas/ cocotazos/ dulces palmadas al hombro/ y lava el coche azul/ échale agua al parabrisas/ p.112
Pero también lo mira ese pasado desde el coraje o la sonrisa burlona cuando nos cuenta que las chamacas con tal mejorar la raza se dejaban preñar por un petrolero, cuyo nombres eran raros y oscuros como el propio pasado que el guarda del otro Antonio García, “el ojo de gato”, que Teodosio refiere como un forjador de historias y de anónimas borracheras que están grabadas en “la piedra de aceite, en las madrizas a sus hijos, en las fidelidades de los sábados para beber cerveza con el compadre “pata de loro”, con “bigote blanco”, con “el ronco” del taller de hojalatería. p.96  
Más allá de esto, el poeta se mofa de ese mundo de oropel que el petróleo dejó. De cómo sobrevivir en ese mundo que el auge petrolero construyó. Para eso hay que ser amigo de la Quina, de Barragán Camacho o de Carlos Romero (dijéramos hoy). Ser petrolero para no estudiar, ser de planta para heredar el trabajo a los que siguen de la generación familiar, que para el poeta es como tener agarrado a dios de un huevo, eso es ser petrolero para vivir bien en el futuro. Aunque él ahora esté ciego y recuerde ese pasado que lo lleva de vez en cuando a lagrimear, pues reconoce igual que lo pozos petroleros, que ya esta viejo y dolido del vientre, con las costillas rotas aunque feliz. Que su corazón es fuerte como la piedra que envejece los caminos de tantos mirarlos.
Esta es la nostalgia de sotavento de Teodosio García Ruiz que, a veces con parsimonia, otras irreverentes, pero siempre abriéndose al sentido crítico que su experiencia le da,  ofreció en esta obra su palabra poética que aparentando ser una crónica contiene oro  de poesía. Es este libro otro modo de labrar la poesía tabasqueña, fuera del canon pelliceriano. Crónica como vía para que florezca la nostalgia, sentimiento central en todo buen poema. Si en el texto, así sea rimado y medido, la nostalgia no se asoma, no hay poesía. En Nostalgia de Sotavento no sucede eso. Es un libro que nos invita a leerlo para descubrir mediante la memoria de Teodosio, nuestra propia infancia determinada por el boom petrolero que a todos afectó y a pocos benefició.





[1] Teodosio García Ruiz. Nostalgia de sotavento. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, México, 2003, 137 pp.

lunes, 21 de febrero de 2011

Dualidad
Manuel Álvarez

Te he visto dormir
La mitad de una jornada
Ser lobo o mujer
O ambas a la vez;
En tanto la luz  cura la herida
Por andar a tientas
Una y otra vez.

“Luz silenciosa” de Yadith Río de la Loza


GRITOS
Manuel Álvarez

A media luz
En el cuerpo de miel
Tus pechos son un relincho
De la otra  que yace en ti.



“Equinoccio” de Yadith Río de la Loza.

DE LOS POETAS Y LOS POLITICOS La poesía es como la política: Aquella se escribe si hay inspiración; y en ésta te inscribes si hay el...